En este barrio dejado
de la mano del Señor
y de los hombres,
en este barrio con nombre
de santo en quien nadie cree,
hay en medio de ese paso
de ropa tendida y vieja,
una confusión de reja
y un sabor fuerte a fracaso.
Se cuela por estos lares
mal hechos, como con prisas,
alguna pálida risa
que huele un poco a coñac;
solamente las antenas
apuntan mudas al cielo,
pues lo demás, todo es suelo,
todo es barro en la colmena.
Yo no sé si estas abejas
se dan cuenta que padecen
o así, malamente crecen,
despiertan, comen y sueñan,
sin pensar en el engaño,
en la burla y en la farsa
de vivir sin la esperanza
de liberarse del barro.
Y aquí me encuentro dudando
si al darles una escalera,
harían con ella una hoguera
por calentarse las manos,
o alguno se subiría,
si no hay otro que lo para,
por escupirme en la cara
con su mejor puntería.
El café, o lo que sea,
se me termina en el vaso
con ese olor a fracaso
el vaso y ese coñac
conque las penas se tapan
estas gentes del destierro,
enemigos sin remedio
su miseria y mi corbata.
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